jueves, 5 de agosto de 2010

La pandilla del Sushi, por Arturo Pérez-Reverte




Lo han conseguido de nuevo, como era de esperar. El sushi de los cojones. Al atún rojo le echaron encima hace unas semanas, en la última reunión internacional del organismo correspondiente, celebrada en Qatar, otra sentencia de muerte. Como si no anduviera ya listo de papeles. España, presidente temporal de la UE, tenía que haber defendido la propuesta de restringir drásticamente el comercio de ese bicho. Lo hizo porque no había más remedio; pero con la boca pequeña y con nuestros representantes suspirando, aliviados, cuando la mafia pescatera, encabezada por los japoneses, tumbó la propuesta de incluir el atún rojo en el convenio internacional donde están leones, elefantes y otras especies en extinción.

Era de esperar. A los túnidos no los ven los niños en los delfinarios ni en el zoo, a la gente le importan un carajo, y además España tiene la mayor cuota de pesca de atunes existente en la comunidad europea. No la engullimos nosotros ni hartos de sake, pero da igual. El negocio lo mueven cuatro listos, y la gente que trabaja en eso no llega a dos mil quinientas personas, aunque eso sí: nueve de cada diez ejemplares terminan en Japón, donde se pagan de seis a doce mil mortadelos por ejemplar. Cómo no lo van a exterminar, mis primos. Y todo eso, después de una matanza larga y sistemática realizada con absoluta impunidad y con la complicidad activa o pasiva –por amor al arte, naturalmente– de conspicuas autoridades hispanas: Pesca, Medio Ambiente, Marina Mercante y otros organismos oficiales, que llevan dos décadas mirando hacia otro lado, dejando arrasar el mar sin mover un puto dedo. Por no hablar de los ecologistas: ahora muy flamencos con el atún, pero todavía hace poco tiempo, cuando algunos lo denunciábamos alto y claro, sólo tenían ojitos para las ballenas, que son más fotogénicas. No es raro, por tanto, que el director general de recursos pesqueros español dijese en Qatar aquello de «la prohibición habría sido un duro golpe». Supongo que por eso, para atenuar el duro golpe –sobre todo para algunos bolsillos concretos–, en los meses previos a la votación todas las embajadas japonesas del mundo, incluida la de Madrid, invitaron a comer sushi a funcionarios del ministerio correspondiente. Gente amable, los japos. ¿Verdad? Con sus kimonos y tal. Simpáticos muchachos.

Llevo casi quince años contando en esta página cómo se lo montan esos tíos y sus compadres. Cómo han tapado la boca a todo el mundo con argumentos industriales, ocultando que el beneficio es para unos pocos y el daño general, enorme. Irreparable. Nuestros fondeaderos mediterráneos están llenos de jaulas para la concentración y exterminio del atún, del que España es orgullosa, indiscutible, descarada líder mundial. No todo va a ser fútbol. Nuestros artistas atuneros –emprendedores, listos y con buena visión de futuro– empezaron, para guardar las formas y ante la sospechosa pasividad de las autoridades de pesca y marina, llamando al asunto criaderos y viveros. Choteándose de quienes sabían, y seguimos sabiendo, que el atún es un atleta del mar que no se cría en cautividad. Lo que se hace con él es cercar los grandes bancos migratorios que nadan próximos a la costa, sin importar peso ni edad, meterlos en jaulas de engrase donde son imposibles la reproducción y el desove, atiborrarlos de pienso y matarlos en masa cuando están gordos.

Que en España sólo se concedieran, para mantener el paripé, cuatro licencias para esta clase de pesca, nunca fue problema: durante años me crucé en el mar –fondeaba junto a ellos en Formentera– con barcos franceses o italianos traídos para la faena. Y así, haciendo encaje de bolillos con la legislación europea, localizando el atún con avionetas, cercándolo con tecnología ultramoderna, buscando cada vez más lejos, en Sicilia y las costas de Libia, y llevándolo en jaulas remolcadas a los lugares de concentración y matanza, cuatro linces se han hecho de oro, mientras el atún cimarrón que durante siglos estuvo cruzando el estrecho de Gibraltar, riqueza plateada y roja que salpicó la jerga ancestral de nuestras almadrabas con palabras griegas, latinas y árabes, se extingue sin remedio. Pesca de vivero, ha estado llamándolo la pandilla del sushi, los golfos depredadores y sus compadres: esos funcionarios de mariscada y cómo te lo agradezco, que ahora, ya con el asunto sin vuelta atrás, admiten, cuando se les da con el paisaje en los morros, que bueno, que tal vez. Que podría ser. Que tal vez la aplicación de las medidas de control en años anteriores fue poco estricta. Menuda tropa. A seis mil y pico euros el atún, habrían sido capaces de exterminar a su padre, si nadara.

XL Semanal