sábado, 28 de agosto de 2010

Otra patraña que han inventado los catalanistas: Corona de Cataluña

La Casa Real de Cataluña

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Mi amiga Collarada me envía estas fotografías del sepulcro de D. Juan de Aragón, “príncipe de la Casa Real de Cataluña” (sic), que se encuentra en el monasterio de Monserrat.

Mis conocimientos de Historia son más bien escasos por lo que he tenido que recurrir a Wikipedia para documentarme.

No he hallado ninguna referencia a la Casa Real de Cataluña. Debe entenderse, por tanto, que cuando se refieren a la Casa Real de Cataluña se están refiriendo, con toda seguridad, pero, extrañamente, sin nombrarla, a la Corona de Aragón, pues no ha habido otra casa real en Cataluña, salvo la Corona española después de la reunificación de las coronas aragonesa y castellana. Omitir ese dato y sustituirlo por la referencia a la Casa Real de Cataluña es una licencia que puede conducir a error a quienes de buena fe y sin conocimientos de Historia lean esa inscripción.

Sólo he hallado, como mis lectores ya imaginarán, la larga lista de los condes de Barcelona. Es a partir de Alfonso II, hijo de Ramón Berenguer IV y doña Petronila de Aragón, cuando se unifican en la misma persona los títulos de rey de Aragón y conde de Barcelona. Fue posteriormente cuando como consecuencia de conquistas y anexiones se incorporarían los títulos correspondientes a los reinos de Mallorca, Valencia, Sicilia, Córcega, Cerdeña y Nápoles, así como, durante breve tiempo, los ducados de Atenas y Neopatria.

Uno de los reyes más emblemáticos para los catalanes es sin duda Jaime I el Conquistador, quien precisamente anexionó a la Corona los reinos de Valencia y Mallorca tras su conquista a los musulmanes. Sus títulos fueron fundamentalmente los de rey de Aragón (1213–1276), de Valencia (1239–76) y de Mallorca (1229–1276), conde de Barcelona (1213–1276), señor de Montpellier (1219–1276) y de otros feudos en Occitania.

Respecto a ese D. Juan de Aragón, enterrado en Monserrat, se le conoce mejor por el nombre de Juan II de Ribargorza, para distinguirlo de otros dos “juanes” de Aragón que siendo infantes de Aragón y virreyes de Cataluña (cargo que primero se llamó lugarteniente o lloctinent), fueron luego reyes de Aragón. Este Juan II de Ribagorza nació en Benabarre en 1457 y murió en Monzón en 1528 (ambas localidades aragonesas, para que no quede duda de su aragonesismo), y la sangre real que corría por sus venas era la de Alfonso de Aragón y Escobar, duque de Villahermosa y conde de Ribagorza y de Cortes, de quien era hijo bastardo. Se da la circunstancia de que también Alfonso de Aragón y Escobar era hijo ilegítimo del entonces infante Juan de Aragón, posteriormente coronado rey de Aragón y Navarra como Juan II el Grande. Llamar “príncipe” a D. Juan de Ribagorza, hijo bastardo de un bastardo, y siendo tan improbables por tanto sus posibilidades de heredar la corona parece un poco excesivo.

Este pretendido príncipe catalán pertenecía además a la casa de los Trastamara, entronizada como consecuencia del laborioso pacto alcanzado en el Compromiso de Caspe; es decir, era de origen y sangre castellana y ni siquiera estrictamente aragonesa y mucho menos catalana.

Fue nombrado virrey de Cataluña en 1512, aunque no tomó posesión de su cargo hasta el 10 de junio de 1513, y hubo de presentar su renuncia un año más tarde por no residir en Barcelona. Muy pocos títulos para los que se le atribuyen en su tumba de Monserrat. Más parece que en lugar de honrarle se le hubiera tomado como pretexto para inventar una Casa Real catalana que nunca existió.

Pero la manipulación de la Historia tiene estos propósitos, llamémosles, instrumentales (como la supuesta muerte heroica de Rafael Casanova). Porque me pregunto qué otros propósitos pudieron animar a quien elaboró el texto de la lápida, dando por supuesto que debía conocer con bastante más detalle la imprecisión (por no decir absoluta falsedad) de lo que estaba redactando.

El nacionalismo se nutre de mitos, pero al menos la mentira, en el caso catalán, no tiene otra víctima que la verdad. En otras partes el nacionalismo no sólo miente, sino que mata.