lunes, 19 de marzo de 2012

Catalán, ni requisito ni mérito. Escribe Ramón Aguiló Obrador


«Que el catalán no sea un requisito implica el restablecimiento del equilibrio entre las dos lenguas»

MUCHOS considerarán un avance histórico en nuestras islas que por fin, tras décadas de rancio y resentido consenso nacionalista contaminando el entero ámbito político balear, el catalán deje de ser un requisito, una condición sine qua non para acceder a la función pública. Oyendo a aquellos que se oponen radicalmente a este cambio y contra él salen a la calle a vomitar insultos, ventear senyeras y darse golpes en el pecho ante el espejo autocomplaciente y servil de su orgullo patriótico, cabe pensar que es probable que vayamos por el buen camino.

No obstante, a pesar de ser efectivamente un avance hacia un concurso de oposición justo e igualitario, se trata de una victoria pírrica que parece más de lo que es, pues defiende y ampara veladamente aquella ideología que pretendía combatir; que el catalán ya no sea un requisito sólo implica el restablecimiento del equilibrio legal y administrativo entre las dos lenguas oficiales de nuestra comunidad. Dicho equilibrio es, a pesar de todo, ilusorio, profundamente falaz, ya que contemplar ahora el catalán como un mérito conlleva otorgarle de nuevo una preeminencia sobre el castellano que sólo sirve para segregar y discriminar a aquellos que no demuestren su conocimiento; pues, ¿cómo puede ser un mérito dominar la lengua oficial? ¿Qué será entonces conocer una lengua extranjera? ¿Un supermérito?

Pero además, ¿cómo va a ser un mérito aquello que para muchos de nosotros ha sido una de las dos lenguas con las que nos han educado, hemos crecido y nos hemos hecho mayores? Crecer dentro de unas tradiciones, una cultura, unas lenguas, no es algo que uno elija, no depende nunca de uno, por tanto, no puede ser jamás algo meritorio. Sólo tiene sentido hablar de mérito cuando hay un esfuerzo inusual, un trabajo extraordinario. ¿Qué mérito tiene ser de aquí y no de Madrid, Bilbao o Cuenca? Todo este campo semántico entorno al mérito nos revela amargamente para qué estamos modificando leyes; de nuevo, sin ningún ápice de escrúpulos, para disgregar dentro de un único Estado de derecho lo nuestro de lo ajeno, lo que vale más por ser de aquí de lo que vale menos por ser de allá.

Si lo que queremos es que los nuestros empiecen el partido con dos goles de ventaja, que de antemano tengan en el currículo más puntos que los demás sólo por haber nacido aquí, es decir, si lo que queremos es nuevamente hacer concesiones al nacionalismo y a sus voceros oficiales (a pesar de que a éstos, borrachos de ira, nada les basta), digámoslo entonces sin tapujos y con valentía, y no vayamos de héroes desgarrados, cuando ni siquiera estamos a la altura de nuestras convicciones.


(El Mundo / El Día de Baleares, 16-03-12)