viernes, 28 de septiembre de 2012

Límites de la democracia

El pianista se puso a gritar fuera de sí, las venas del cuello hinchadas: «¡Qué coño tendrá que ver la democracia con la música! ¡Sólo un acorde es correcto, y es este!»

Colón y los indígenas: Probablemente la manía de desnudarse en Ibiza proviene de aquellos viajes de Colón, que lo explicó en Ibiza y nos hicimos adictos desde entonces. Lo podría certificar el PP


Escribe Juan Carlos Girauta
En solemne votación plenaria, el Ayuntamiento de Ibiza ha decidido que Cristóbal Colón nació en su isla. Los descubridores del descubridor abarcan todo el elenco político local, habiendo impuesto el PP como única condición que la difusión del dato, que viene a resolver un gran enigma histórico, no suponga gasto alguno para el municipio. Total, si no nos cuesta nada, para qué quitarles la ilusión.
Hay antecedentes de mayor calado, como la votación de los socios del Ateneo de Madrid, durante la Segunda República, acerca de la existencia de Dios. Por un voto de diferencia, se decidió que el Creador no existe. Cada uno de los ganadores pudo sentir vértigo: aceptado que «por la vía democrática» cabía aclarar el asunto más grave del Universo, cada mano alzada de la mayoría
estaba decidiéndolo todo. Absolutamente. Desde siempre y para siempre. Por encima del tiempo y del espacio. Cómo llegó la pretendida elite española de los años treinta a considerar que Dios dependía de mayorías es asunto que se me escapa. O no tanto. Hace muchos años asistí a una discusión entre un joven noctámbulo y el pianista de un bar, que acababa de interpretar "La chica de Ipanema".
El cliente dijo en voz alta que una de las transiciones no tenía fuerza porque un acorde estaba equivocado, y se acercó al piano a mostrar el correcto. El pianista respondió: «¡De ningún modo, chaval! Es así…» Y procedió a tocar los acordes sucesivos, remarcando con contundencia las notas en discusión, con tanta energía que los largos vasos que reposaban sobre el instrumento temblaron de forma peligrosa. Molesto por lo destemplada reacción, el cliente se alejó musitando: «Eres un demócrata, tío». El pianista se puso a gritar fuera de sí, las venas del cuello hinchadas: «¡Qué coño tendrá que ver la democracia con la música! ¡Sólo un acorde es correcto, y es este!». Sostuvo el pedal y las notas inapelables, atacadas con brutalidad, tomaron la atmósfera enrarecida de humo. Se hizo el silencio. Yo era ese joven estúpido.
ABC